Cultura
‘El río del Edén’, protagonizada por un ‘chicodáun’, Premio Nacional de Narrativa
Por Esther Peñas
31/10/2013
José María Merino (La Coruña, 1941) recibió la noticia en Panamá, en el IV Congreso Internacional de la Lengua, que por algo es académico (ocupa el sillón ‘m’ minúscula; m de merecido). Le concedieron, apenas hace una semana, el Premio Nacional de Narrativa por su último libro, ‘El río del Edén’ (Alfaguara). Contento, alegre y satisfecho. Así se describe ante semejante reconocimiento.
El jurado destaca que se trata de un texto “en el que el autor adopta una segunda voz autorreflexiva para dar vida a un microcosmos familiar, que gira en torno a un niño con discapacidad y a las crisis que su aparición provoca en la vida familiar. Constituye una obra técnicamente tan arriesgada como bien resuelta, que va adquiriendo tensión a medida que avanza el relato y cuyos problemas cruciales, como el derecho a una muerte digna, se encuentran perfectamente expuestos”.
La segunda para narrar es rara. Por lo insólito. Carlos Fuentes lo hizo. Como Italo Calvino. Pero no se estila. Es complicada de sostener. “Estuve dándole vueltas, ensayé la tercera persona, pero no me hacía gracia; luego, la primera, pero al final me decanté por la segunda porque facilita entrar en los reconcomios del protagonista, en sus duplicidades”, nos aclara el escritor.
El argumento no es sino un sinuoso cauce por el que discurre la anatomía de una traición. Una traición a tres bandas que perpetra el protagonista, Daniel. En primera instancia, consigo mismo; en segunda, con Teresa, el amor de su vida; en tercera, con su hijo, Silvio, un ‘chicodáun’ (sic) al que repudia por ser distinto.
Daniel camina junto a su hijo, Silvio, portando las cenizas de la madre muerta. Es, para él, un acto de contrición. Su hijo aún no entiende el alcance de lo ocurrido. “Silvio, con su mente tan infantil, tiene la profunda convicción, nacida de su propia inconsciencia intelectual, de que la realidad está dividida en una parte dañina, o al menos hostil, huraña, y en una parte benéfica, o al menos no agresiva, neutral, aunque haya ámbitos indefinidos que pertenezcan a lo simplemente maravilloso, que él no distingue de lo puramente cotidiano”.
¿Por qué un ‘chicodáun’? Merino mismo nos lo aclara: “es un mundo que tiene que ver, a mi juicio, con el sueño, que es un tema muy mío. Al principio no sabía con exactitud qué le pasaba al chico, qué conflicto tenía, porque toda novela es una exploración; después lo vi claro: sería un chico con síndrome de Down, alguien perteneciente a una esfera diferente a la de la normalidad, así que comencé a tratar a chicos con Down, que son muchachos con una gran inocencia, una enorme afectividad y grandes soñadores, como Silvio”.
Es, quizás, su novela más emocionante. Y la menos fantástica. O la más realista de todas, según se prefiera. Pero cuenta con todas las destrezas, virtudes y audacias literarias a las que nos acostumbra el gallego: la belleza de la frase perfectamente construida, vocación de trascendencia en la imagen, fulgor de la palabra adecuada siempre, hálito poético como bruma que desciende y permite a la intuición que avance...
Felicidades. Y gracias, por la sinceridad con la que ha reflejado al ‘chicodáun’ en esta hermosísima historia.